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El Quijote de Loyola

Al igual que Don Quijote herido por molinos de viento, con una pierna rota (la cual "encajaron" mal en Pamplona y le provocaba intensos dolores) Ignacio llega de vuelta a Loyola, donde lo ven varios médicos (el único al que se le conoce el nombre es Martín de Itziola, quien cobró 10 ducados como honorarios) y todos coinciden en lo mismo: hay que volver a quebrar la pierna derecha.

El padre de nuestro Quijote describe la operación como una "carnicería" en la que el Hidalgo hombre de Loyola no emite ninguna queja, solo aprieta los puños y aguanta. Imaginen el dolor de que te quiebren una pierna con una bala de cañón, que el dolor pase y que luego de eso tengan que volver a quebrar la pierna para arreglarla, a pesar del temple de acero de Ignacio, su estado de salud no parecía mejorar. Es entonces cuando por un consejo y en vistas de su nula mejoría, nuevamente le proponen a Íñigo que se confiese, terminando así la confesión que había sido rápida y poco ortodoxa en Pamplona.

San Ignacio es descrito como un hombre que le ponía mucha voluntad a todo lo que hacía, a veces sin mucho talento, con más corazón que otra cosa, Ignacio lograba cumplir con lo que se le pedía. Sus ejemplos a seguir eran los que lograba leer en los libros de caballería. El hombre se proyectaba en esos personajes, siempre buscando fuera, lejos de sí mismo.

En su autobiografía se describe como un hombre que hasta ese momento, estaba "aficionado a la fe, no vivía nada conforme a ella ni se guardaba de pecados". Pero en la vida de todo hombre, de todo ser humano, hay lugares a los cuales el pecado no puede entrar, porque Dios está ahí, esos "espacios preservados" permitieron que Ignacio se pudiera redimir.

Volviendo a donde dejamos a nuestro convaleciente Ignacio, una vez comulgó y se confesó, su estado de salud no hizo más que empeorar. Los médicos lo dieron prácticamente por muerto si no veían mejora al momento de llegar la medianoche. En vísperas del día de la festividad de San Pedro, Ignacio, contra todo pronóstico, mejoró. Y cuando no, una vez que no necesitamos más a Dios, volvemos a querer salvar a la hermosa Dulcinea del Toboso, en cabalgar con nuestra armadura por aquel lugar de la mancha a caballo de Rocinante y junto a Sancho... Nuestro Quijote comienza a recibir noticias de la guerra con Francia, a lamentarse por no poder estar ahí para librar las batallas, para demostrar su hombría y coraje, pero solo pudo demostrar estos atributos pidiendo que le operen nuevamente la pierna y le arreglen una protuberancia que tenía en ella. También se colocó contrapeso para que pudiera quedar igual a la otra, todo muy doloroso y martirizante. Le era imposible mantenerse en pie, por lo que vivía tendido con la pierna en alto, sin mucha posibilidad de ocio, vuelve a los libros de caballería. Algunos estudios hablan de que el refugio del Quijote eran los mismos libros que los de Ignacio, y esto no es "síntoma" no de una locura, sino más bien de "falta de afecto". Todo hombre que persigue un ideal, está intentando encontrar un lugar donde se pueda sentir cómodo y querido (entre muchas otras cosas).

No encontrando nuestro Ignacio libros de su agrado, no le quedó otra que leer lo poco que pudieron ofrecerle: "Vita Christi" (La Vida de Cristo) y un libro de la vida de los santos. Y fueron estos dos libros, los que convirtieron a nuestro Ingenioso e hidalgo Don Quijote de Loyola en lo que hoy conocemos como San Ignacio de Loyola.


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